top of page

Maestro, ¿nos contás un cuento?

El niño y su relación con la lectura y la escritura                                                                                                              por Leonel Silva
                                                                                                                                                                 dic 2018

Los niños y su relación con la lectura y la escritura no es un tema de niños, por más que su nombre lo indique de ese modo. Es un tema de adultos. Y no un tema de adultos lectores o escritores. Un tema de “adultos”, de todos aquellos que ya hemos pasado la infancia y la adolescencia y estamos parados en el mundo, pensando y haciendo y, en el mejor de los casos, sintiendo en él.

                Como adultos que somos, ¿qué mejor que comenzar preguntándonos por el significado etimológico de la palabra Leer? Y tomando el diccionario de la Real Academia Española[1], hacernos una primera idea:

Leer, del latín legĕre,

1. tr. Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados.

2. tr. Comprender el sentido de cualquier tipo de representación gráfica. Leer la hora, una partitura, un plano.

3. tr. Entender o interpretar un texto de determinado modo.

4. tr. En las oposiciones y otros ejercicios literarios, decir en público el discurso llamado lección.

5. tr. Descubrir por indicios los sentimientos o pensamientos de alguien, o algo oculto que ha hecho o le ha sucedido. Puede leerse la tristeza en su rostro. Me has leído el pensamiento. Leo en tus ojos que mientes.

6. tr. Adivinar algo oculto mediante prácticas esotéricas. Leer el futuro en las cartas, en las líneas de la mano, en una bola de cristal.

7. tr. Descifrar un código de signos supersticiosos para adivinar algo oculto. Leer las líneas de la mano, las cartas, el tarot.

8. tr. p. us. Dicho de un profesor: Enseñar o explicar a sus oyentes alguna materia sobre un texto.

 

                Como bien trae la RAE, “leer” es mucho más amplio que tomar un libro y descifrar sus códigos traduciéndolos a sonidos. Habla también de “leer sentimientos o pensamientos”. Y bien distintos son los caminos para una lectura y para la otra.

                Leer un texto, un cartel, un anuncio, implica básicamente el haber aprendido la relación entre un símbolo y un sonido y las posibles combinaciones entre dichos símbolos. Conquistado esto puedo decir: “¡Ya sé leer!” Comprender lleva un poquito más de tiempo.

                Pero  “leer sentimientos o pensamientos” implica sensibilidad, implica una conexión, una relación con el objeto. El objeto y yo nos interrelacionamos, nos fundimos y surge algo nuevo.

                ¿Y dónde comienza esta otra forma de leer?, ¿De dónde surge este leer más profundo? ¿Será que solo está permitido para “unos pocos”, dotados de determinada sensibilidad?

                Pues no, todos somos capaces de “leer con sensibilidad”. Solo que muchos lo hemos olvidado, lo hemos guardado en un cajoncito, en lo más alejado del placard y ya no recordamos que lo dejamos allí. Pero… ¿cuándo surgió eso tan mágico llamado “sensibilidad”? En realidad, estuvo siempre, desde el primer día. Y al contrario de lo que supone la educación, la fuimos perdiendo en mayor o menor medida: “Tenés que estudiar mucho para poder ser alguien en la vida”, ¿quién no ha escuchado alguna vez esta frase? Y en este “tener” y “deber” la sensibilidad fue quedando relegada, olvidada.

                Sin embargo, si tan solo nos tomáramos unos minutos para rememorar nuestra infancia, de seguro podríamos enumerar “pequeños grandes momentos” donde “sentimos” con todo el cuerpo, donde un instante se hizo eterno. Tal vez no fue leyendo un libro, sino escuchando el trinar de un pájaro o el sonido del viento u oliendo una comida… u observando un animal o escuchando una historia. Claro que, por lo menos en mi caso, no fue diciendo: “Maestro, ¿nos contás un cuento?” Porque entre aquellos “debería”, en mi escuela no estaba esta posibilidad. Las historias eran parte del material didáctico, con un fin meramente práctico. Y qué decir del aprender a escribir: “Esta es la A… esta la B….” y así, pasé por cada una de las letras como quien revisa la lista de asistencia. Doy gracias que en ese proceso, igualmente, aprendí a asociar símbolo con sonido. Porque para mí, leer es otra cosa, tal vez porque tenía a la “tata”, que me hacía ver el mundo de otra manera, que me hacía sentirlo, vivirlo.

                Muchos años pasaron desde aquel entonces, pero rememorando, pude descubrir que fueron esas experiencias las que me dieron la posibilidad de leer el mundo de otra manera. Y hoy tengo la hermosa posibilidad de escuchar: “Maestro, ¿nos contás un cuento?” y respirando hondo, como dándome el tiempo para tomar de mi biblioteca mental alguna historia, comienzo a relatarles. ¡Qué regalo tan preciado, el poder verles los ojitos, las caras, que se mueven como si delante de ellos se estuviera pasando una película en pantalla gigante! No, son “mis” imágenes las que ellos están leyendo, las que los están alimentando.  Pero esto no queda allí, con cuánta emoción quieren hacer un dibujo, plasmar lo que sintieron, lo que los movilizó. Y qué decir cuando tienen la posibilidad de escribir la historia y armar sus propios libros.

                En otros momentos, las frases son: “Maestro, ¡mirá ese pajarito!”, “Maestro, ¡floreció el rosal!”, “Maestro, ¡un hongo!, como de los que hablamos en Botánica”

                Y yo me pregunto, ¿acaso no es esto “leer”?, ¿observar lo que sucede a nuestro alrededor no es lectura? Ya desde pequeños los niños, sin siquiera saber las letras, tienen esta sensibilidad, esta inteligencia lectora, pero no de un libro, sino del mundo, de su alrededor, de su pequeño entorno.

                Y retomando el planteo inicial, de que la lectura y la escritura es una cuestión de adultos, ¿Somos verdaderamente conscientes de esto?, ¿nos damos cuenta que nosotros somos los primeros libros de los niños, somos los primeros traductores y posibilitadores de la siguiente fase, la de la lectura de palabras escritas? ¿Cómo podemos pedirles a los niños que lean un libro si nosotros no nos hemos mostrado entusiastas ante el mundo, ante las maravillas que nos rodean? ¿Qué lectura harán del mundo, si solo aprenden a descifrar símbolos escritos?

 

                Para finalizar… o dar comienzo en realidad, a un proceso reflexivo, individual e íntimo, de adulto a adulto, les propongo un extracto de Paulo Freire, donde rescata el valor de leer el mundo para luego leer palabras.

                En “La importancia del acto de leer”, dijo:

                “(…) La vuelta a la infancia distante, buscando la comprensión de mi acto de “leer” el mundo particular en que me movía –y hasta donde no me está traicionando la memoria– me es absolutamente significativa. En este esfuerzo al que me voy entregando, re-creo y re-vivo, en el texto que escribo, la experiencia en el momento en que aún no leía la palabra. Me veo entonces en la casa mediana en que nací en Recife, rodeada de árboles, algunos de ellos como si fueran gente, tal era la intimidad entre nosotros; a su sombra jugaba y en sus ramas más dóciles a mi altura me experimentaba en riesgos menores que me preparaban para riesgos y aventuras mayores. La vieja casa, sus cuartos, su corredor, su sótano, su terraza –el lugar de las flores de mi madre–, la amplia quinta donde se hallaba, todo eso fue mi primer mundo. En él gateé, balbuceé, me erguí, caminé, hablé. En verdad, aquel mundo especial se me daba como el mundo de mi actividad perceptiva, y por eso mismo como el mundo de mis primeras lecturas. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto –en cuya percepción me probaba, y cuanto más lo hacía, más aumentaba la capacidad de percibir– encarnaban una serie de cosas, de objetos, de señales, cuya comprensión yo iba aprendiendo en mi trato con ellos, en mis relaciones con mis hermanos mayores y con mis padres (…)”[2]

                               

                El texto completo…. Una gran posibilidad para resignificar las palabras “leer” y “escribir”.

                Los invito… ¡no se van a arrepentir!

[1] Página web: http://dle.rae.es/

[2]  Freire, Paulo (1991), La importancia de leer y el proceso de liberación, México, Siglo XXI Editores. Escrito del 12 de noviembre de 1981.

bottom of page